lunes, 27 de enero de 2014

Los judíos que combatieron como piratas.

Fue sólo después de la dinastía de los Asmoneos, cuando el sumo sacerdote Simón (142- 134 a.e.c.) anexó la ciudad de Jope o Yafo a sus dominios que los judíos pudieron disponer de un puerto marítimo propio. 

Igualmente se tienen noticias de que posteriormente, cuando el hijo de Simón y sucesor, Juan Hircano (134-104 a.e.c.), tomó Ashdod, y más tarde, el rey Alejandro Janeo (103- 76 a.e.c.) se anexó Gaza y la Torre de Strato (más tarde llamada Cesarea), se constituyó un pequeño grupo de marinos judíos al servicio de la realeza.

En el siglo I antes de la era común hay evidencia de judíos que combatieron como piratas. En la tumba de Jasón, en Jerusalén, existe un dibujo grabado sobre piedra de un barco de guerra persiguiendo a dos buques mercantes. Sobre la proa del buque de guerra aparece Jasón con un arco y flechas preparado para disparar.

Ya el historiador Flavio Josefo relataba ataques de marineros judíos tenidos entre los suyos por grandes héroes, quienes partiendo del puerto de Jope (Yafo) atacaban a barcos romanos en pequeñas embarcaciones. Flavio Josefo escribe en su Antigüedades judías que en el año 63 a.e.c., dos líderes judíos, Hircano y Aristóbulo, llegaron a Damasco, donde cada uno de ellos defendió ante Pompeyo sus razones para ser nombrado rey de los judíos con preferencia de uno sobre el otro. Durante este debate, Hircano acusó a Aristóbulo de organizar actividades realcionadas con la «piratería en el mar».

En el siglo VI de la era común, cuando el mundo judío ya se desarrolla principalmente fuera de Palestina, es decir, en la diáspora, tenemos testimonios de sacerdotes cristianos que hablan de piratas judíos en la costa del norte del continente africano.

Un documento clerical del siglo VI que informa acerca de la toma de Cairuán, en Túnez, gran centro de la cultura sefardí en el norte de África, hace referencia a piratas judíos que no navegaban en Shabat (sábado), por ser un día sagrado para ellos. Este curioso documento también relata cómo fue capturado el obispo Sinesio por tales piratas en represalia a encarcelamientos que aquel ordenaba contra los hebreos.

Durante el siglo XII el propio Maimónides, en una carta escrita a su hermano, le advierte a éste que hay embarcaciones piratas de propiedad compartida por judíos y musulmanes.

Como consecuencia de la expulsión de los judíos en España en 1492 y posteriormente de Portugal en 1496, estos se dispersaron por varios países. Algunos se establecieron en los reinos moros de Marruecos e incluso en Siria; otros en el sur de Francia o se dirigieron a Holanda y las ciudades hanseáticas del norte de Alemania, como Bremen o Hamburgo. Hubo quienes se establecieron en países como Dinamarca, Suiza o Italia. Sin embargo, la gran mayoría de los sefardíes fueron recibidos con gran beneplácito por el sultán Bayaceto II en el Imperio turco otomano, el mayor imperio conocido antes del español.

Muchos otros judíos permanecieron en España y Portugal bajo una supuesta apariencia cristiana (estos judeoconversos son conocidos como criptojudíos o marranos) y posteriormente se trasladaron a algunas islas del Caribe, como Jamaica, o a colonias españolas y portuguesas en América, tales como Perú, México y Brasil entre otras.

Las expulsiones de judíos acaecidas a finales del siglo XV en España y Portugal y la posterior persecución inquisitorial contra los marranos incitaba ciertamente a la venganza por parte de las víctimas y ello quizá pueda explicar la adhesión a partir del siglo XVI de algunos judíos a la piratería o a las actividades de corsarios, no sólo al servicio de las potencias enemigas europeas, tales como Inglaterra y Holanda, sino al servicio de los turcos otomanos.

Tal es el caso de Sinan Reis, corsario judío nacido en Esmirna, Turquía, quien alcanzó el rango de capitán pashá (Almirante de la flota turca) entre 1550 y 1553. Aliado con el corsario Barbarroja (o Barbarrosa), Sinan Reis llegó a ser su segundo al mando, y se destacó en combates navales contra los enemigos del Imperio Otomano. Entre estos cabe destacar especialmente la Batalla de Preveza, en septiembre de 1538, contra la flota combinada de la Liga Santa, constituida por los Estados Pontificios, España, el Sacro Imperio Romano Germánico, la República de Venecia y la Orden de Malta, al mando de Andrea Doria. Esta victoria aseguró el dominio turco sobre el Mediterráneo hasta la Batalla de Lepanto en 1571.

A partir del descubrimiento del Nuevo

Mundo, la persecución a los judíos se expandió desde la península ibérica a las nuevas colonias americanas y las leyes inquisitoriales fueron aplicadas en éstas con el mismo rigor que en la metrópolis, lo cual explica que hubieran expulsados judíos transformados en piratas y corsarios cuyos veloces navíos surcaban las aguas de Caribe causando preocupación y temor a los marinos de la corona de España y su Inquisición en respuesta a la violencia e injusticia cometidas contra ellos y sus familias.

Corsario o «privateer» era el nombre que se concedía a los navegantes que, en virtud del permiso concedido por un gobierno en una carta de marca o patente de corso, capturaban y saqueaban el tráfico mercante de las naciones enemigas de ese gobierno.

El corsario estaba limitado en su acción por la patente, pudiendo sólo capturar mercantes de determinados países y teniendo que repartir botín y rescate con el Estado en muchas ocasiones. Esta es la principal diferencia con el pirata, que atacaba a cualquier buque sin tener que rendir cuentas a nadie. Francis Drake es un buen ejemplo de esa época. Fue y sigue siendo una figura controvertida: en una época en la que Inglaterra y España estaban enfrentadas militarmente, fue considerado pirata por las autoridades españolas, mientras en Inglaterra se le valoró como corsario y se le honró como héroe.

Piratas sefardíes

En el siglo XVI ya aparece registrado uno de los primeros piratas sefardíes que, además, actuó en ocasiones como corsario. Se trata de un judío español llamado Simón Fernández, que se había escapado de la Inquisición. No sabemos cuándo nació, pero sí que provenía de las islas portuguesas de las Azores y que por el año 1571 estaba trabajando con el pirata galés John Callis, ahorcado en Newport en 1576.

Debido a que tanto Fernández como Callis solían atacar principalmente barcos franceses y españoles, el gobierno británico les permitió a ambos operar desde los puertos británicos. Incluso cuando fue encarcelado por el delito de piratería era tal su poderoso círculo de amistades que pronto pudo contar con personas influyentes para sacarlo de la cárcel. Desde 1579 hasta 1583, se embarcó con varias personas allegadas al célebre pirata y corsario inglés sir Walter Raleigh, llegando a convertirse en el capitán piloto del propio Raleigh. En estos viajes, Fernández viajó a las Indias Occidentales, la costa noreste de América del Norte y las Molucas, islas del océano Pacífico ricas en especias.

Curiel, el pirata

En su divulgado artículo Los piratas judíos de Jamaica, Moshé Vainroj destaca la figura del pirata del siglo XVI Yaakob Koriel (o Curiel), nacido de una familia judía que se convirtió al cristianismo bajo la presión de la Inquisición cuando aún era un niño. En su juventud sirvió como capitán de la flota naval española hasta que fue capturado por la Inquisición. Fue liberado más tarde por sus propios marineros, la mayoría de los cuales eran marranos. Animado por sus deseos de retaliación, Yaacob Curiel se dedicó a la piratería llegando a poseer tres barcos piratas bajo su mando. Poco se sabe acerca de lo que le sucedió más tarde. Algunos creen que con el tiempo hizo su camino a la Tierra Santa, estudió Cábala en la ciudad de Safed como alumno de rabí Isaac Luria y murió arrepentido en serena anciandad, siendo enterrado junto a su venerable maestro.

Un pirata con linaje

Atención merece igualmente para Vainroj otro fascinante personaje del siglo XVI encarnado en la figura de David Abrabanel, proveniente de una un ilustre linaje de sabios (a la que perteneció don Isaac Abrabanel), quien logra zafarse de de la persecución inquisitorial y llega a las Antillas convertido en un temido corsario a favor de los ingleses. Abrabanel asoló las costas sudamericanas bajo el pseudónimo de «Capitán Davis», comandando una flamante nave llamada The Jerusalem. Parece ser que se abstenía de atacar naves en en Shabat.

Los alimentos en su embarcación eran rigurosamente casher y la bitácora de viaje de sus naves estaba escrita en caracteres hebreos. El Capitán Davis, uno de cuyos compañeros fue el pirata Subatol Deul, trabó relación, según afirma Vainroj, con el hijo del corsario sir Francis Drake y con él estableció una alianza antiespañola que, en la historia de la piratería caribeña, es conocida como la «Fraternidad de la Bandera Negra» (Black Flag Fraternity).

Piratas magrebíes

Otro corsario especialmente digno de destacar es don Samuel Pallache, judío sefardí, descendiente de rabinos, nacido en Fez en la segunda mitad del siglo XVI y originario de una reputada familia de la España musulmana. En 1591 fue destinado a España como embajador por el sultán de Marruecos Mulay Zaydan Abu Maali y entre los años 1605 y 1608 vivió en Madrid como embajador de Marruecos ostentando su condición de judío en una época en la que la Inquisición española buscaba por todos los medios juzgar a toda persona sospechosa de ser judía.

Rico comerciante, Samuel Pallache obtuvo del sultán de Marruecos el monopolio del comercio con Holanda y en 1608 fue designado por éste como agente representante del Sultán en La Haya, Holanda. El 23 de junio de 1608 fue recibido por el estatúder (stadholder) Mauricio de Nassau, futuro príncipe de Orange, y los Estados Generales de los Países Bajos para negociar una alianza de mutua asistencia contra la corona de España.

Cuando el rey de España Felipe III se negó a devolver al sultán Mulay Zaydan unos valiosos manuscritos a cambio de la liberación de unos prisioneros, el sultán marroquí firmó un acuerdo con Holanda contra España y el 24 de diciembre de 1610 las dos naciones firmaron un tratado reconociendo el libre comercio entre los Países Bajos y Marruecos, que permitió al sultán la compra de barcos, armas y municiones de los holandeses. Sin embargo, Holanda no podía enfrentarse directamente a España debido a la «Tregua de los doce años» pactada un año antes, en abril de 1609. La solución consistió finalmente en un apoyo de Holanda a Marruecos mediante la entrega al embajador marroquí Samuel Pallache de una nave de guerra con una dotación de marineros holandeses y un documento firmado conjuntamente por Holanda y Marruecos encomendándole que «se apoderase de todas las naves españolas y de piratas que encontraran en el camino a los Países Bajos».

Algunas investigaciones parecieron evidenciar que Pallache actuó como un doble agente que pasaba informaciones clasificadas a España en torno a las relaciones Holanda- Marruecos y al mismo tiempo era informante de Marruecos y Holanda en torno a las actividades españolas, y se dice que el simple rumor acerca de dicha ambigüedad fue la causa de que el sultán le retirara sus favores.

Sin embargo, Samuel Pallache continuó sus actividades como comerciante y su amistad personal con el príncipe Mauricio de Nassau le valió una patente de corso que le permitió dedicarse durante varios años a las actividades de corsario bajo la bandera holandesa, reclutando marranos para su tripulación y vendiendo el botín obtenido a lo largo y ancho de las costas marroquíes.

En 1614 capturó un barco portugués e, impedido de llevar su botín a las costas de Marruecos a causa de un fuerte temporal, se vio obligado a fondear en un puerto inglés donde, a instancias del embajador español, fue arrestado y encarcelado. El príncipe Mauricio de Nassau acudió en su ayuda y eventualmente logró traerlo de vuelta a Holanda. Sin embargo, Pallache había perdido toda su fortuna y poco después cayó enfermo. El 4 de febrero de 1616 falleció en La Haya y fue enterrado en el cementerio judío sefardita Beth Hayim de Ouderkerk aan de Amstel, cerca de Ámsterdam.

Judeoportugués Otro entre los más notables del siglo XVII es el portugués Moisés Cohén Henriques, corsario al servicio de Holanda y acreditado por la captura en La Habana de una flota platera en 1628. Su hermano Abraham Cohén, traficante de armas, utilizaba su poder económico para ayudar a conseguir lugares de protección para otros judíos en desgracia.

Moisés Cohén Henriques se alió en 1628 con el holandés Piet Heine, almirante de la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales, quien había servido como esclavo durante cuatro años en las galeras de un galeón español. Ambos, Cohén Hnriques y Hein solían atacar barcos españoles fuera de la Bahía de Matanzas que, procedentes de Cuba, se dirigían a Cádiz cargados de oro y plata, apropiándose de sus tesoros.

Más tarde, durante el dominio holandés, Cohén Henriques encabezó a un contingente de judíos hacia las costas de Brasil donde él mismo se estableció en una isla de su propiedad.

Cuando Brasil fue tomado por los portugueses en 1654, Moisés Cohén Henriques huyó de América del Sur y terminó convirtiéndose, nada menos, que en asesor de Henry Morgan, el pirata más conocido de todos los tiempos. Durante los siglos XVI y XVII toda nave de la armada española que se pusiera a tiro de cañón era atacada por los piratas y corsarios judíos, en un acto de venganza contra aquellos que les expulsaron en humillación discriminada, asolando las costas de México y sembrando el terror entre los navegantes españoles. La mayor parte de aquellos se mostraban orgullosos de su origen e identidad y existen documentaciones fidedignas de que daban a sus naves nombres tales como: «Samuel, el Profeta», «La Reina Ester» y «El escudo de Abraham».

Es sumamente difícil conocer con exactitud la cantidad de piratas judíos que surcaron las aguas del Caribe; pero, es cierto que, tal como lo afirma Moshé Vainroj, los viejos cementerios de sus islas están prácticamente sembrados de sepulcros con escrituras hebreas y símbolos de piratería, tal como sucede, por ejemplo, en la tumba de Yaacob Mashaj y de su esposa Deborah en el cementerio judío de Bridgetown, Barbados. En su tumba y en la de su esposa aparece, entre otros símbolos, la típica calavera con las tibias cruzadas.

Especial atención merecen la vieja zona de juderías de Curazao y, sobre todo, la isla de Jamaica, donde todavía en antiguos cementerios judíos es posible ver tumbas abandonadas, casi totalmente derruidas, pero que aún conservan grabados sobre las lápidas los nombres de los difuntos en caracteres hebreos, acompañados a veces por la estrellas de David, junto a los símbolos piratas de las tibias y la calavera.

Cabe señalar, a propósito de lo dicho, que desde el siglo XVI hasta XVIII había muchos marranos o criptojudíos diseminados por el Nuevo Mundo.

Numerosas comunidades judías se unían por rutas de piratería, pues ser israelita en un país gobernado por España o Portugal era ilegal. Por esta razón, cuando Jamaica pasó a manos de la corona británica, en 1670, muchos judíos se radicaron allí. Ya el almirante inglés William Penn (padre del predicador William Penn) al invadir la isla, en 1655, informó que en su tarea invasora tuvo la ayuda de los marranos locales. Para el año 1720, casi el 20% de los residentes de Kingston eran judíos.

Edward Kritzler, periodista afincado en Jamaica, en su libro «Piratas judíos del Caribe » nos deja la idea fundamental de que, pese a que las versiones sobre el mundo pirata en el Caribe están muy ficcionadas, ciertamente fueron «un pequeño grupo de mercaderes y aventureros judíos, los pioneros del comercio pirata en Jamaica», los mismos quienes al mismo tiempo «ayudaron a crear un brote de libertad religiosa ». Estos fueron quienes hicieron de Jamaica un lugar seguro y de refugio para los comerciantes frente a la persecución de la Inquisición española, y a la vez un «centro de comercio pirata» o «centro de bucanería », es decir, el corazón del contrabando que atrajo a los traficantes de productos de la piratería, comúnmente denominados bucaneros.

Los bucaneros franceses A manera de conclusión se hace imperativo mencionar a dos hermanos de origen sefardí quienes actuaron al servicio de la corona de Francia y encabezan la lista de piratas y corsarios más famosos de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Se trata de Pierre y Jean Lafitte.

El menor y más conocido de ambos fue Jean Lafitte y su figura fue inmortalizada por Cecil B. DeMille en el film The Buccaneer. Incluso una figura contemporánea a Lafitte, como el célebre poeta Lord Byron, le homenajea en sus versos. La escritora Isabel Allende, en su libro El Zorro, incluye a Lafitte como un personaje clave de la trama, al igual que en su libro publicado en el 2009 La isla bajo el mar. Si bien es muy nombrado como figura histórica y folclórica, tanto los orígenes como la muerte de Jean Lafitte son poco conocidos y constituyen pábulo de especulaciones. Parte de la información que se tiene de éste proviene del presunto diario autobiográfico que se le atribuye.

La versión más extendida es la que le tiene como nacido en Bayona, Francia, de padre francés y madre sefardí cuya familia llegó a Francia huyendo de la Inquisición. Criado en un hogar judío casher, Lafitte contrajo matrimonio con Christina Levine, proveniente de una familia judía danesa.

Los Lafitte establecieron su ideal Reino de Barataria en las ciénagas cercanas a Nueva Orleans después de la compra de Luisiana por parte de los Estados Unidos a Francia, en 1803. En este lugar adquirido por los Lafitte, Jean organizó con su hermano Pierre el comercio del contrabando y la bucanería con los productos obtenidos de sus actividades como corsario en las costas del golfo de México.

Allí, en la bahía de Barataria, a una corta distancia de la costa del Golfo, en el interior de la Gran Isla, construyeron los hermanos su base de operaciones desde donde los barcos mercantes hacían sus entradas y salidas del río Misisipí y desde esta base, en los pantanos de Luisiana, atacaban a los barcos ingleses que surcaban el golfo de México.

Por otra parte, a Jean Lafitte se le acredita junto con su «tripulación de mil hombres» una decisiva intervención marítima en la batalla de Nueva Orleans, la cual decidió la guerra de 1812 y en la que luchó al lado de Andrew Jackson, quien habría de convertirse más tarde en el séptimo presidente de los Estados Unidos. Jean Lafitte salvó con sus barcos y hombres a la ciudad de Luisiana que iba a caer en manos británicas.

Aparentemente los Lafitte habían establecido en Barataria un sistema económico que beneficiaba el desarrollo de aquella zona produciendo cierta prosperidad en la población lugareña por lo que era apreciado por los acaudalados terratenientes y también por los más pobres, quienes podían obtener fuentes de sustento, tanto del comercio como de la participación en la «incursiones» corsarias de Lafitte y su flotilla. Sin embargo, en 1814, estas propiedades fueron confiscadas por el gobernador William C. Claiborne, quien envió tropas contra las que Laffite se negó a combatir para no enfrentar fuerzas estadounidenses.

Al año siguiente, el 8 de enero de 1815, durante el intento de invasión británica a Nueva Orleans, Laffite puso a disposición de Andrew Jackson todos sus hombres, armas y municiones, defendiendo el sitio desde el llamado French Quarter y con su flota desde la costa. La victoria de los americanos fue total y Laffite recibió parte del mérito. Sin embargo, la intención de Laffite de recibir absolución de sus actividades ilegales y que le fuesen devueltas sus propiedades en Barataria no dieron fruto, a pesar de llegar a presentar su solicitud, entregada por su hermano Pierre, al presidente de los Estados Unidos, James Madison.

A finales de 1816 fue reclutado para apoyar el movimiento republicano de México, por lo que se trasladó a Tejas. En 1817 tomó posesión de la isla de Galveston, en manos del pirata francés Luis Miguel Aury, y desarrolló de nuevo actividades corsarias desde esta base.

Nuevamente perseguido por el gobierno de Estados Unidos en 1820 a causa del ataque por parte de uno de sus capitanes del barco mercante «Alabama», Laffite hubo de trasladarse a Nueva Orleans para clamar por su inocencia alegando un malentendido y solicitando la libertad de los tripulantes del barco captor del mercante, los cuales habían sido arrestados.

De regreso a Galveston abandonó Tejas sin oponer resistencia, quemando su propiedad y supuestamente llevando a bordo de su buque insignia The Pride una inmensa cantidad de riquezas. Hay quienes aseguran que en esta época Jean Lafitte actuaba como espía a favor de España.

Después de abandonar Galveston, aparentemente se fue, luego de su salida de Tejas, a la península de Yucatán donde continuó su actividad como corsario. Se encuentra enterrado en Dzilam de Bravo, México. En la década de 1950 apareció el manuscrito de un diario personal, supuestamente atribuible a Jean Lafitte. Narra cómo, en la década de 1820, Lafitte se retira a vivir tranquilamente en San Luis, Misuri, hasta su muerte en la década de 1840, supuestamente pidiendo que no se publicaran sus memorias hasta 107 años después de su muerte.

Jean Lafitte describe en su diario su infancia en la casa de su abuela judía, Sara Madrimal, quien, según él mismo expresa «era una fuente inagotable de atrapantes relatos de familias judías que se escapaban a las mazmorras de la Inquisición».

El manuscrito original del diario fue adquirido en los años 1970 por el gobernador de Tejas, Daniel Price y se encuentra en el Sam Houston Regional Library and Research Center en Liberty.

Si se comprobase su autenticidad, el diario demostraría, entre otras cosas, que Lafitte era judío y que las patentes de corso a las que hacía referencia eran auténticas y, por tanto, su actividad no sería considerada piratería.

Por José Chocrón Cohén

Fuentes: http://www.rafapal.com/?p=24607
http://www.centroestudiossefardies.com/Revista%20Magu%C3%A9n-Escudo/Revista%20156/historias-de-piratas-corsarios-y-bucaneros-por-jose-chocron-cohen

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